Un sueño desesperado y tergiversado por las mafias de la inmigración empuja a miles de jóvenes subsaharianos a jugarse el tipo para alcanzar tierra europea. “¿Europa es mejor que esto, verdad?”, preguntaba Didier, un chico de 17 años nacido en Bamako, capital de Malí, al periodista Alberto Rojas, en
un reportaje publicado recientemente por El Mundo. Es probable que este joven hubiera recorrido a pie miles de kilómetros para alcanzar el monte Gurugú, en Marruecos, donde aguardaba la oportunidad para saltar la valla de Melilla, después de haber salvado una peregrinación insoportable en la que sólo sobreviven los más fuertes. Su historia, no obstante, se pierde en el océano de
estadísticas que maneja el Ministerio del Interior de España sobre la entrada irregular de inmigrantes a través de Ceuta y Melilla: en 2013, 4.235 personas lograron su propósito de atravesar la frontera, ya fuera a nado, ocultos en vehículos o saltando la valla; frente a las 23.889 que fueron deportadas cumpliendo con la Ley de Extranjería vigente.
Entre esos datos emergen las imágenes de las pateras a la deriva o de las cuchillas de las vallas, realidades a las que ya se comienza a estar peligrosamente acostumbrado. Pero esos datos también reflejan un escenario infecto de drogas baratas, protagonizada por niños y jóvenes con una vida sin esperanzas.
Ocurre en la frontera ceutí. Cuando cae la luz, decenas de sombras se escurren por el extremo marroquí de la aduana. Los chicos, que en la mayoría de los casos no alcanzan la mayoría de edad, caminan pesadamente entre los vehículos en un ritual que repiten todas las noches. Su mirada está perdida y sus movimientos son pesados. En sus manos llevan una bolsa de plástico que repetidamente se llevan a la nariz. Esnifan pegamento y buscan la oportunidad para ocultarse en los bajos de un camión o autobús y, así, tratar de cruzar la frontera. La droga merma sus sentidos; su torpeza les delata. En la mayoría de las ocasiones, son los propios ocupantes de los vehículos los que se dan cuenta de la operación. “Fuera de aquí”, y los jóvenes abandonan su posición sin inmutar el gesto de sus caras. El efecto de los narcóticos les ha corrompido por dentro. Es posible que esa rutina de intentar camuflarse en un vehículo no responda más que a un acto irreflexivo, reflejo de un sueño roto por las drogas. Se llevan la bolsa llena de pegamento a la nariz y se escurren de nuevo entre las sombras.
La siguiente serie de fotografías fue tomada en la madrugada del 6 al 7 de agosto.
|
Un joven trata de colarse en los bajos de un autobús que aguarda en el extremo marroquí de la frontera de Ceuta. |
|
Sus gestos torpes le delatan: en pocos segundos, el conductor del vehículo insta al joven a que abandone el lugar. |
|
El joven hace caso de las indicaciones y se arrastra fuera del autobús. |
|
El joven porta en su mano izquierda una bolsa cargada de pegamento para esnifar. |
|
Tras fallar en su intento, el joven se marcha entre las sombras. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario