jueves, 13 de noviembre de 2014

Un milagro llamado Henry: el 'niño español' de Sierra Leona

Hay un año de diferencia entre estas dos fotografías. En la primera, la vida de Henry pendía de un hilo. (G.ARALUCE)

La vida de Henry Kamara resume en buena medida la historia reciente de Sierra Leona, un país abatido por la guerra, el hambre y la enfermedad. Nacido fruto de una violación en plena posguerra, su madre, de trece años, le abandonó. Se crio con una prima de su madre en Lunsar, una localidad de 36.000 habitantes ubicada en el distrito de Port Loko. A pesar de la fatalidad de su existencia, Henry podía considerarse afortunado: por las mañanas asistía a la escuela y en su plato nunca faltaba un puñado de arroz. Hasta que un día, jugando a fútbol, tropezó y se rompió el fémur. La herida, abierta, se le infectó y su pierna comenzó a supurar.

En Sierra Leona, al menos sobre el papel, la sanidad es gratuita para los niños menores de cinco años. Henry rondaba los siete cuando sufrió la lesión. Por ello, Henrietta Tonki, la mujer que se quedó a su cargo y a la que el niño llama “abuela”, inició una peregrinación buscando un hospital en el que pudiesen operar al pequeño. Sin embargo, le exigían sumas de dinero que para Henrietta suponían una fortuna. Así, Henry se vio obligado a arrastrar su existencia por Lunsar, apoyando su cuerpo frágil sobre un palo y limpiando con un pañuelo infecto las heridas que le supuraban.

Había pasado un año desde aquel accidente y su vida pendía de un hilo cuando un grupo de voluntarios españoles se cruzó en su camino. Era verano de 2013. Los cooperantes desempeñaban su labor en una clínica que las Hermanas Misioneras Clarisas tienen en una pequeña aldea llamada Mile 91. La hermana Elisa Padilla, madre superiora de la congregación en Sierra Leona, les presentó a Henry sabiendo que “se iban a enamorar de él desde el primer momento”. “Si alguien podía hacer algo por él, esos eran los voluntarios que vinieron desde España”, cuenta.

La mayoría de ellos eran estudiantes de Medicina de la Universidad de Navarra, pero en el grupo también había doctores con muchos años de experiencia a sus espaldas. Tras ver una maltrecha radiografía que Henrietta Tonki había logrado pagar, los médicos dictaron sentencia: “Hay que operarle ya, cortarle la pierna. Si no se hace de inmediato, la infección pasará a su cuerpo y morirá en cuestión de semanas”, apuntó Olga Ramírez, pediatra en el centro de salud Collado Villalba (Madrid). Pero en Sierra Leona, un país con 200 médicos colegiados para siete millones de habitantes, no existían los medios necesarios para llevar a cabo la operación.

Txema Alústiza, radiólogo en el hospital Osatek de San Sebastián y miembro del grupo de voluntarios, no aceptó el aciago destino que le deparaba al niño. Tras regresar a España y apoyado en la ONG Tierra de Hombres, consiguió salvar una odisea diplomática y embarcar a Henry en un avión rumbo a la península. La familia de Txema lo acogió en su casa durante las primeras semanas. El pequeño, acostumbrado a vivir con lo más mínimo, se echaba a bailar al ver que en la ducha salía agua caliente y pasaba las horas escuchando con un iPod canciones de Cat Stevens. En definitiva, sonreía, algo que había olvidado hacer durante el último año.

Henry, en el paseo de la Concha, de San Sebastián, poco después de aterrizar en España. (G.ARALUCE)

Una operación pionera
La historia no tardó en llegar a los oídos del doctor Mikel Sánchez, que colabora desde hacía años con Tierra de Hombres. Sánchez, conocido en el círculo médico como “el mago de las rodillas” –en su historial de pacientes figuran Don Juan Carlos de Borbón, el tenista Rafael Nadal y varios futbolistas, entre otros– asumió los costes de las dos operaciones a las que se sometió al niño: una para extraerle el fémur y todos los focos de infección, y otra para sacarle el peroné e implantárselo donde antes iba el fémur. “Ingeniería médica”, resume Mikel Sánchez al recordar aquellas intervenciones, que se desarrollaron en la clínica Quirón de Vitoria.

Los hechos se iban precipitando y siempre con resultados positivos, pero todavía quedaba saber qué sería de Henry durante el año que iba a pasar en España, entre postoperatorio y rehabilitación. Una enfermera del centro, Cecilia Olabe, se quedó prendada del niño y no tardó en llevárselo consigo a su casa. “Henry ha sido para nosotros un terremoto –apunta Cecilia, acompañada de su marido, Javier Granados y de su hija, María–. Hemos llegado a quererle como a un hijo”.

Por fin llegó junio de 2014, la fecha escogida para el regreso de Henry a Sierra Leona. En el país ya se habían diagnosticado cientos de casos de ébola, pero la crisis del virus no había alcanzado la magnitud actual –según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en este país africano han muerto, al menos, 1.300 personas–. Además, el niño comenzaba a olvidar el temne, idioma local, y lloraba la ausencia de su “abuela” Henrietta. Por tanto, se decidió que lo más consecuente era devolverlo a la tierra que le vio nacer.

Henry duerme en esta habitación con su "abuela". En la casa duermen otros seis niños. (G.ARALUCE)

El regalo de Henry a la hermana Elisa
Henry embarcó en un avión que hacía escala en Casablanca (Marruecos). Mientras pasaba las horas muertas en el aeropuerto, recorrió las tiendas duty-free en busca de una Coca-Cola que llevarle a la religiosa Elisa Padilla, a quien recordaba como una segunda madre. Apenas contaba con unos euros en su bolsillo, pero sabía que, en alguna medida, si seguía con vida era gracias a ella, y quería agradecérselo a su modo. “Durante varios días guardó el refresco en nuestro frigorífico –relata la hermana Elisa–. Yo hice como que no lo había visto y simulé mucha sorpresa cuando me lo dio. Tiene un gran corazón”.

Actualmente, el niño de 10 años vive con su “abuela” Henrietta en Donpa Line, un barrio en el corazón de Lunsar, la misma ciudad en la que desempeñaba su labor el misionero español Manuel García Viejo, muerto en septiembre infectado de ébola. Los primeros casos ya han asaltado algunas viviendas próximas, pero Henry, antes incapaz de sonreír, afronta el futuro con optimismo. “No pasa nada, abuela –le dice a Henrietta, cogiéndola del brazo–. Hay que lavarse mucho las manos y tener cuidado de no tocar a la gente. Vamos a estar bien”.

Henrietta, con Henry y sus "hermanos". (G.ARALUCE)

The Spanish boy, como conocen al pequeño en el barrio, pasa los días jugando en la calle después de que el Gobierno sierraleonés, en un intento por frenar los contagios por ébola, decretara el cierre indefinido de las escuelas. Aunque todavía cojea y no puede correr como lo hacen sus amigos, se ha convertido en el centro de todas las atenciones contando las experiencias que, inventadas o reales, acumuló durante su estancia en España.

“Tenerle entre nosotros es un milagro”, asegura Henrietta Tonki, quien, al mismo tiempo, cuida de otros seis niños a los que Henry llama sus "hermanos". “Echa de menos a sus amigos de España y siempre nos habla de ellos –prosigue Henrietta–, pero está contento de estar de vuelta. Todos dicen que está llamado a hacer algo por Sierra Leona y yo estoy convencida de lo mismo. Es el mismo chico que el que se fue hace un año, pero también es diferente: ahora es feliz”.



Reportaje publicado el 31 de octubre de 2014 en El Confidencial.

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